domingo, 8 de enero de 2012

El amor de mi vida

Siempre me ha dado pena la gente que no lee, y no es ya porque sean más incultos, que sin duda lo son; o porque estén más indefensos y sean menos libres, que también, sino, sobre todo, porque viven muchísimo menos. La gran tragedia de los seres humanos es haber venido al mundo llenos de ansias de vivir y estar condenados a una existencia efímera. Las vidas son siempre mucho más pequeñas que nuestros sueños; incluso la vida del hombre o la mujer más grandes es infinitamente más estrecha que sus deseos. La vida nos aprieta en las axilas, como un traje mal hecho. Por eso necesitamos leer, e ir al teatro o al cine. Necesitamos vivirnos a lo ancho en otras existencias, para compensar la finitud. Y no hay vida virtual más poderosa ni más hipnotizante que la que nos ofrece la literatura. Estoy convencida que a todos los humanos nos aguarda en algún rincón del mundo el libro que sería perfecto para nosotros. Yo creo mucho más en esta predestinación que en la amorosa. En realidad me es bastante difícil confiar en la existencia de una media naranja sentimental, de un alma gemela que ande pululando por ahí a la espera de que un día nos tropecemos. Pero en los libros, ah, eso si: en los libros si creo. En el susurro embriagador de las buenas novelas. En las historias que parecen escritas solo para mí.
Porque, cuando nos gusta un libro, siempre nos parece que sus páginas nos hablan directamente al corazón, que sus palabras son nuestras y sólo nuestras. Y en alguna medida es cierto que es así, porque al leer completamos la obra, la interpretamos, la enriquecemos con nuestra necesidad y nuestra pasión. No hay dos lecturas iguales. Ahora bien: aunque la experiencia de la lectura sea única, lo cierto es que gracias a los libros nos hermanamos. Cuando yendo en el metro o en un avión, vemos a alguien ensimismado en una novela que nos ha gustado, sentimos una instantánea afinidad con esa persona. ¡De algún modo nos encontramos dentro de su cabeza y de sus emociones! Sentimos que también hemos estado allí y hemos vivido lo que ella está viviendo.
Gracias a los libros compartimos nuestros sentimientos, aprendemos de los demás y nos sentimos acompañados no sólo en nuestra pequeña existencia, sino en algo mucho más general, mucho más grande que nosotros , algo que nos engloba a través del tiempo y del espacio. ¿No es prodigioso poder vibrar con las palabras de alguien que lleva muerto un siglo? Por ejemplo. Cuanta esperanza hay en el acto de leer. La esperanza de poder entender a otro ser humano. De sumarte a su fugaz trayecto por la vida...
El amor de mi vida
(Rosa Montero)