sábado, 20 de julio de 2013

LA REINA DE LAS NIEVES


DE PRONTO, EL AMADO CAMBIA de actitud. Lo que eran caricias deja paso a la frialdad. Un día llega tarde, otro no llega, tan siquiera. La "otra" se lo ha llevado. El ser tan querido ya no nos reconoce. Ha cambiado como si le hubieran lavado el cerebro, o repuesto el corazón. Allá está, en su palacio, en brazos de la Reina de las Nieves.

Existen varios cuentos que hablan de maridos raptados por perversas mujeres, y de la búsqueda incesante de sus esposas para arrebatárselos a esas brujas. En una versión rusa, la mujer busca durante siete años, con un pajarito que deja caer una pluma cada siete pasos para guiarla, hasta que descubre que el marido, drogado cada noche por su nueva esposa, no la reconoce. Como excusa no está mal.

La misoginia a la que hemos aludido en varias ocasiones es tan intensa, y el amor pasado hunde tanto sus raíces en el alma, que preferimos odiar a la otra antes que responsabilizar al amado. Él no se hubiera ido por sí mismo, él ha sido engañado, convencido, seducido, abducido. Las mujeres que deciden recuperar a sus amados ausentes quedan advertidas por el cuento: la búsqueda es larga y dura, a través del hielo y del fuego, sin ninguna garantía ni esperanza.

Lo curioso es que por lo general las reinas de las nieves suelen permitir sin demasiada alharaca que el amado regrese con su primera mujer, una vez que el amnésico las ha reconocido. Cuando su magia termina, la dan por finalizada. Nadie verá a una reina de las nieves siete años tras el rastro de un niño perdido. Ya llegará otro al que seducir. Quizá eso sea lo más incomprensible para las princesas, ese desapego, esa frialdad que parece contagiarse al amado. Con lo satisfactoria que resulta una pelea de gatas.

Los malos del Cuento
Espido Freire

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